Era pequeña pero bellísima. Simulaba un templo griego, son su tejado a dos aguas de tejas impecablemente talladas, sus seis columnas dóricas en los flancos y cuatro en fachada y trasera, todas ellas más claras que la caoba que daba cuerpo a la caja.
Si levantabas el techo, hallabas un receptáculo almohadillado en terciopelo púrpura.
En su interior, un asqueroso debo momificado, sarmentoso y negro de no sé qué maldita santa.
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