martes, 8 de febrero de 2011

Contoneaban. José Molano

En aquel pequeño pueblo todo estaba escrito, aunque el lugareño más joven pasaba los 63. Nada extraordinario sucedía desde que al Rufino le nació un cordero con cinco patas y de eso hacía más de tres años. Aquel día de agosto, con el sol haciendo su trabajo, nadie presagiaba tan refrescante acontecimiento.
En el bar de la plaza, único del lugar, la partida de tute transcurría con normalidad, hasta que el ladrido de un perro rompe el silencio del exterior, provocado por el motor de un automóvil. Alguien baja y se dirige a la tasca. el simple tintineo de la cortina de cadeneta ya suena a sinfonía. un haz de luz ciega a los absortos parroquianos. Todos quedan petrificados ante tan magnánimo acontecimiento. Sobre unos tacones de aguja y envuelta en un minúsculo vestido , se erige desafiando la gravedad, la hembra más deslumbrante que parió madre. ¡qué conjunto de elementos geométricos forman sus cuerpo, ¡qué arte al contonearse cúan caballo jerezano!!.
Se dirige a la barra, donde ramón, el tabernero tiembla como un flan.

-Por favor un vermut.

La partida queda interrumpida, cosa insólita en el lugar. La joven se gira, y haciendo un guiño, se dirige hacia la mesa con la copa en la mano.
El aire pesa, se detiene junto al viejo barbero, se inclina hacia él y besa su despoblada frente dejando marcado el contorno de sus labios.

-Hola Jacinto, ¿no me conoces?. El pequeño ser queda inmóvil.
-Soy Miguel, el hijo de Simón el aguador.

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