martes, 8 de febrero de 2011

Por unas caderas. Contonear. Reme Rabadán.

Era de costumbres fijas, repetía sus horarios rutinariamente. Desde mi local hacía meses que lo observaba ¿eran meses?, había perdido la cuenta. En realidad no había sido muy consciente de ello.

A mi tienda bajaba cada día sobre las 10 y media, me pedía una barra de pan caliente (para sus tostadas, según me explicó una mañana) y tres periódicos, siempre los mismos. Los doblaba y se los llevaba bajo el brazo.
Su elegancia era natural, sencilla; aunque realmente lo que atraía mi atención era el contoneo lento de sus caderas.
Aquella misma tarde había llegado caminando desde la parada del autobús hasta el portal de su casa. Yo andaba colocando unas cajas de fruta en la calle, apoyadas en el cristal del escaparate y sin darme cuenta, me había quedado mirándolo fijamente. Cuando, mientras introducía la llave en la cerradura de la puerta, vi cómo se desvanecía y al caer se daba un golpe terrible en al cabeza; no me dio tiempo a pensar: crucé corriendo la calle apenas comprobando que no circulaba ningún coche, y dulcemente comprobé su estado.

-¡Vaya Juan! ¿qué me ha pasado?, me duele la cabeza-. Dijo, cuando por fin volvió en sí.
-Te has desmayado y te has golpeado en la cabeza con el suelo. ¿puedes levantarte?.
-Creo que sí. Dijo
-Pues ven, déjame llevarte a mi tienda, te preparo algo caliente y desde allí llamo al médico.
-Gracias Juan, te lo agradezco. Me dijo mirándome a los ojos. Estábamos realmente muy cerca

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