Tuvieron suerte. Lograron el lugar más recóndito. Durante tres horas, tres, la lidia amorosa transcurrió sin más sobresaltos que algunas bromas picantes susurradas a gritos por mor de las estridencias de la música y el gentío... entre arrumacos, les dio la hora.
Salieron del pub. Las tres manzanas hasta la casa de ella fueron una continua sucesión de bisbiseos, chascarrillos y cosquillas bien dirigidas; y culminaron con un kilométrico beso en el portal.
Ella se adentró hasta el ascensor, se volvió y lanzó un beso parsimoniosamente con la mano. Luego desapareció.
Él permaneció unos segundos abobado. Giró luego a la izquierda con la cabeza gacha e inició su andas.
De repente, se le iluminó la mirada, comenzó a contonearse y a bailotear unas especie de claqué, mientras canturreaba:
¡¡bares, qué lugares!!!
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