-¡Abre los ojos! ¡abre los ojos joder!-. No contestaba, desmadejada en el suelo de la cocina, parecía una muñeca rota.
-¡Ana, por favor! ¡joder Ana que has hecho!¡ Ana!-.
Cogí el inalámbrico que estaba sobre la mesa, junto al vaso de agua, mi llamada estaba reflejada en último lugar. Marqué el 112...
-¡Ana, por favor, dime algo, ...despierta!!!
-¡Oh, Ana!
Por un momento sus pupilas asomaron tímidamente a los ojos.
Lucía... me pesan mecho los párpados-.
Fue la última vez que los abrió. Cuando llegó la ambulancia sus párpados habían dejado de luchar por abrirse, mientras se escapaba su vida a raudales por todos los cortes.
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