Al unísono se abren por naturaleza. Uno, a las hogueras del hombre, el otro a la indiferencia suprema. Uno de ellos es un amanecer sin papeles, un indigente como una guitarra ausente en las horas vencidas, una catarsis en medio del mar siguen pariendo a África con el cordón umbilical vencido por un llanto de sal.
El otro amanecer envilece a un ciego silencio que misa y observa un termómetro de plomo dispuesto a reflexionar a no dar el brazo a torcer, a seguir orinando sangre.
En las imágenes que nos llegan no tienen culpa los párpados.
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